lunes, 12 de febrero de 2024

El lugar de descanso - Robert Walser

EL LUGAR DE DESCANSO
Tú ve allí, que allí todo
es fácil, quiero decir que estando allí
no necesitarás nada, y te sentirás bien contigo siempre. Todo lo mejor
estará en y junto a ti, y todo alrededor
será claro, y también tú serás clara,
de tal modo que estarás eternamente
satisfecha contigo y con el mundo,
y de acuerdo con la vida.
Allí la tierra es verde y marrón
y blanca como una alfombra, y si quisieras
flores, bien, creo que también allí florecen,
y que tampoco falta un cielo azul.
Trinan los pájaros en las ramas,
y tienen mesas y sillas en todas partes
para que puedas dibujar
en una hoja de papel
todo cuanto sientes,
si es que te apetece
semejante pasatiempo. Pero más te gustará
descansar y entregarte al pensamiento
y soñar y sentirte sólo bien.
Tú ve. El lugar
se encuentra fácil. Si quisieras,
te podría acompañar;
así podremos los dos
alegrarnos de lo ameno
y hartarnos de observar lo bello,
sólo tienes que confiar en mí.
Seguro que únicamente encontrarás
lo que quieres y que no pasará nada
que no pueda hacernos felices.
Traducido por Juan de Sola Llovet. 

Los mares del sur - Cesare Pavese

«Tacere è la nostra virtù.
Qualche nostro antenato dev'essere stato ben solo
- un grand'uomo tra idioti o un povero folle -
per insegnare ai suoi tanto silenzio.»

LOS MARES DEL SUR
Caminamos una tarde sobre la ladera de una colina,
en silencio. En la sombra del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco,
que se mueve tranquilo, el rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debe de haber estado muy solo,
un gran hombre entre idiotas o un pobre loco,
para enseñar a los suyos tanto silencio.

Mi primo habló esta tarde. Me pidió
que subiera con él: desde la cumbre se divisa
en las noches serenas el reflejo del faro,
lejano, de Turín. "Tú que vives en Turín
-me dijo-... pero tienes razón, la vida se vive
lejos de la tierra: se progresa y se goza;
luego, cuando se regresa, como yo, a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden".
Todo esto me dijo y no habla italiano
sino el lento dialecto que, como estas mismas piedras,
es tan áspero que veinte años de idiomas y de océanos diversos
no consiguieron pulirlo. Y camina por la cuesta
con la mirada ensimismada que vi, de chico,
en los campesinos un poco cansados.

Veinte años ha estado viajando por el mundo,
Se fue cuando yo era un nene en brazos de mujeres
y lo dieron por muerto. Sentí después hablar de él
a las mujeres, a veces, como en una fábula,
pero los hombres, más graves, lo olvidaron.
Un invierno, a mi padre, ya muerto, le llegó una postal
con una gran estampilla verdosa de naves en un puerto
y augurios de buena vendimia. Fue un gran estupor,
pero el muchacho, crecido, explicó ávidamente
que el billete venía de una isla llamada Tasmania
circundada de un mar muy azul, feroz de tiburones,
en el Pacífico, al sur de la Australia, y añadió
que, seguro, el primo pescaba perlas. Y guardó la estampilla.
Todos dieron su opinión, pero todos concluyeron
que si no había muerto, moriría.
Después todos lo olvidaron y pasó mucho tiempo.

Desde que jugué a los piratas malayos, ¡cuánto tiempo ha pasado!,
y desde la última vez que bajé a bañarme a un sitio mortal
y he seguido a un compañero de juegos sobre un árbol
quebrando hermosas ramas y le rompí la cabeza a un rival
y también me la dieron, cuánta vida transcurrió.
Otros días, otros juegos, otros sacudones de sangre
delante de rivales más evasivos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado infinitas pavuras,
una muchedumbre, una calle, me han hecho temblar;
un pensamiento, a veces, espiado sobre un rostro.
Todavía siento en los ojos esa luz burlona
de millares de faroles sobre el ruido de pasos.
 
Mi primo regresó terminada la guerra,
gigantesco como pocos. Y tenía dinero.
La parentela decía por lo bajo: "En un año,
por decir mucho, se lo comió todo y vuelve a vagar.
Así terminan los desesperados".
Mi primo tiene una cara rotunda. Compró un lote
en el pueblo y se hizo construir un garaje de cemento
con un flamante surtidor de nafta en el frente
y sobre la curva del puente, bien grande, un cartel metálico.
Después puso un mecánico adentro a cobrar el dinero
y él se dedicó a recorrer las Langas, fumando.
Se había casado. Tomó una chica rubia y delicada
como las extranjeras que seguramente conoció en el mundo.
Pero sale todavía solo, vestido de blanco,
con las manos atrás y el rostro bronceado;
por la mañana recorría las ferias, con aire cazurro,
negociando caballos. Después me explicó,
cuando fracasó el proyecto, que su plan
era quitarle al valle todas las bestias
y obligar a la gente a comprarle motores.
"Pero la bestia más grande de todas", decía,
"fui yo al pensarlo. Debí saber
que bueyes y personas son aquí la misma raza."

Caminamos más de media hora. La cima está cerca,
aumentan alrededor el susurro y el silbido del viento.
Mi primo se para de golpe y se da vuelta: "Este año
escribo en el cartel: Santo Stefano ha sido siempre
el primero en los festejos del valle del Belbo.
Y que chillen los de Canelli". Después, sigue la subida.
Un perfume de tierra y viento nos envuelve en lo oscuro.
algunas luces en la distancia, casitas, automóviles
que se oyen apenas. Y yo pienso en la fuerza
que me ha devuelto a este hombre, arrancándolo del mar,
de las tierras lejanas, del silencio que dura.
Mi primo no habla de los viajes que hizo; dice, seco,
que ha estado en este lugar, aquel otro,
y piensa en los motores.

Sólo un sueño le ha quedado en la sangre.
Se cruzó una vez, viajando como maquinista
de un pesquero holandés, con el cetáceo,
y ha visto volar los pesados arpones en el sol,
vio huir las ballenas entre espumarajos de sangre
y la persecución, y las colas alzadas y la lucha en la lanza.
Me lo recuerda a veces.

Pero cuando le digo que es de los elegidos que vieron la aurora
sobre las islas más bellas de la tierra,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se levantaba cuando el día era viejo para ellos.
"Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, 1969. Traducción de Jorge Aulicino.

Reseña de un poema jamás escrito - Wislawa Szymborska

RESEÑA DE UN POEMA JÁMAS ESCRITO
En las palabras iniciales de la obra
la autora sostiene que la tierra es pequeña,
en cambio el cielo es grande hasta la exageración,
y en él hay, cito literalmente, "más estrellas de lo debido".
 
La descripción del cielo denota perplejidad,
la autora se pierde en espacios sobrecogedores,
la inercia de tanto planeta la impacta
y, acto seguido, en su mente (imprecisa, justo es decirlo)
comienza a formularse la pregunta:
¿Estamos solos bajo la capa del sol 
y de todos los soles del universo?
 
¡A pesar del cálculo de probabilidades!
¡Y de la convicción hoy universalmente compartida!
¡En contra de las irrefutables pruebas que de un momento a otro
caerán en poder del hombre! ¡Ay, la poesía!
 
Por de pronto nuestra vate vuelve a ser tierra,
planeta que puede "seguir su curso sin testigos"
la única "ciencia ficción que el cosmos puede permitirse".
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota es mía),
según la autora, no halla rival
en ninguna, digamos, Andrómeda ni Casiopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
de ahí el problema acerca de cómo vivir, etcétera,
puesto que "el vacío no lo solucionará por nosotros".
"Dios mío", clama el hombre a Sí Mismo,
"ten piedad de mí, ilumíname"…
 
Atormenta a la autora la idea de una vida derrochada,
como si la vida contara con reservas sin fondo.
De las guerras, siempre -en su provocadora opinión-
derrotas de ambos bandos.
De la "brutestatalidad" (sic) de la gente para con la gente.
La obra exhala una intención moralista que
en pluma menos ingenua tal vez hubiera resultado luminosa.
 
Por desgracia, no es así. La tesis, tremendamente osada
(¿acaso estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?),
está planteada con un estilo descuidado
(una mezcla de sublimidad y lenguaje cotidiano),
que abre un interrogante: ¿a quién convencerá?
A nadie, seguro. Con lo dicho basta.
El gran número, 1976. Traducción de Jerzy Slawomirski y Ana María Moix.