Me
miró despacio con ayuda de un dispositivo ocular profundamente verde y me dijo
Andrés, tengo una impresión al nivel del estómago de que todo lo que ocurre o
nos ocurre es muy confuso.
—Polaquita,
la confusión es un término relativo —le hice notar—, entenderemos o no entenderemos,
pero lo que vos llamas confusión no es responsable de ninguna de las dos cosas.
Sólo de nosotros, me parece, depende entender, y para eso no basta medir la
realidad en términos de confusión o de orden. Hacen falta otras potencias,
otras opciones como dicen ahora, otras mediaciones como archidicen ahora.
Cuando se habla de confusión, lo que casi siempre hay es confusos; a veces
basta un amor, una decisión, una hora fuera del reloj para que de golpe el azar
y la voluntad fijen los cristales del calidoscopio. Etcétera.
Claro
que, observa el que te dije, a pesar de ese obstruccionismo subjetivo el tema subyacente
es muy simple: 1) La realidad existe o no existe, en todo caso es
incomprensible en su esencia, así como las esencias son incomprensibles en la
realidad, y la comprensión es otro espejo para alondras, y la alondra es un
pajarito, y un pajarito es el diminutivo de pájaro, y la palabra pájaro tiene
tres sílabas, y cada sílaba tiene dos letras, y así es como se ve que la
realidad existe (puesto que alondras y sílabas) pero que es incomprensible,
porque además qué significa significar, o sea entre otras cosas decir que la
realidad existe; 2) La realidad será incomprensible pero existe, o por lo menos
es algo que nos ocurre o que cada uno hace ocurrir, de manera que una alegría,
una necesidad elemental lleva a olvidar todo lo dicho (en 1) y pasar a 3)
Acabamos de aceptar la realidad (en 2), sea lo que sea o como sea, y por
consiguiente aceptamos estar instalados en ella, pero ahí mismo sabemos que, absurda
o falsa o trucada, la realidad es un fracaso del hombre aunque no lo sea del
pajarito que vuela sin hacerse preguntas y se muere sin saberlo. Así,
fatalmente, si acabamos de aceptar lo dicho en 3), hay que pasar a 4) Esta
realidad, a nivel de 3), es una estafa y hay que cambiarla. Aquí bifurcación, 5
a) y 5 b):
—Ufa —dice Marcos.
5 a)
Cambiar la realidad para mí sólo —continúa el que te dije— es viejo y factible:
Meister Eckart, Meister Zen, Meister Vedanta. Descubrir que el yo es ilusión,
cultivar su jardín, ser santo, a la caza darle alcance, etcétera. No.
—Hacés bien —dice
Marcos.
5 b)
Cambiar la realidad para todos —continúa el que te dije— es aceptar que todos
son (deberían ser) lo que yo, y de alguna manera fundar lo real como humanidad.
Eso significa admitir la historia, es decir la carrera humana por una pista
falsa, una realidad aceptada hasta ahora como real y así nos va. Consecuencia:
hay un solo deber y es encontrar la buena pista.
...sino
que ese absurdo de ir hacia lo absurdo es exactamente lo que hace caer las
murallas de Jericó, que vaya a saber si eran de ladrillo o de tungsteno prensado,
que para el caso. O sea que están a contrapelo del absurdo porque lo saben vulnerable,
vencible, y que en el fondo basta gritarle en la cara (de ladrillos, para
seguir la metáfora) que no es más que la prehistoria del hombre, su proyecto
amorfo (aquí, innúmeras posibilidades de descripción teológica, fenomenológica,
ontológica, sociológica, dialéctico-materialista, pop, hippie) y que se acabó,
esta vez se acabó, no se sabe bien cómo pero a esta altura del siglo hay algo
que se acabó, hermano, y entonces a ver qué pasa, y por eso precisamente esta
noche, en lo que se hace o se dice, en lo que dirán o harán tantos que siguen
entrando y se sientan delante de la pared de ladrillos, esperando como si la
pared de ladrillos fuera un telón pintado que va a alzarse apenas se apaguen
las luces, y las luces se apagan, claro, y el telón no se levanta, archiclaro, porque-las-paredes-de-ladrillo-no-se-levantan.
Absurdo, pero no para ellos porque ellos saben que eso es la prehistoria del
hombre, están mirando la pared porque sospechan lo que puede haber del otro
lado; los poetas como Lonstein hablarán de reino milenario, Patricio se le
reirá en la cara, Susana pensará vagamente en una felicidad que no haya que
comprar con injusticia y lágrimas, Ludmilla recordará no sabe por qué un
perrito blanco que le hubiera gustado tener a los diez años y que nunca le
regalaron.
En
cuanto a Marcos sacará un cigarrillo (está prohibido) y lo fumará despacio, y
yo juntaré tanta cosa para imaginar una posible salida del hombre a través de
los ladrillos, y naturalmente no alcanzaré a imaginarla porque las
extrapolaciones de la ciencia-ficción me aburren minuciosamente. Al final nos
iremos todos a beber cerveza o a tomar mate a lo de Patricio y Susana, por fin
empezará a suceder algo de veras...
—Así
que tienen el hospital cerca del centro de indagaciones —dijo Fernando—. Estos
franceses tan bien organizados, en Santiago las cosas están siempre a unas
veinte cuadras una de otra.
—Vos
te darás cuenta de la utilidad de haberle traducido la noticia —dijo Patricio.
Le
alcanzó otro mate sin contenido ideológico...
Sí,
desde luego que hay un mecanismo pero cómo explicarlo y finalmente por qué explicarlo,
quién pide la explicación (...) entonces el que te dije bebe despacito su vino,
se nos queda mirando un rato y por ahí condesciende a decir o solamente a
pensar que el mecanismo es de alguna manera esa lámpara que se enciende en el
jardín antes de que la gente venga a cenar aprovechando la fresca y el perfume
de los jazmines, ese perfume que el que te dije conoció en un pueblo de Buenos
Aires hace muchísimo tiempo, cuando la abuela sacaba el mantel blanco y tendía
la mesa bajo el emparrado, cerca de los jazmines (...) y hacía el calor de las noches
de enero, la abuela había regado el jardín y el huerto antes de que oscureciera
y se sentía el olor de la tierra mojada, de los ligustros ávidos, de la
madreselva llena de gotas translúcidas que multiplicaban la lámpara para algún
chico con ojos nacidos para ver esas cosas. Todo eso tiene poco que ver hoy,
después de tantos años de vida buena o mala, pero está bien haberse dejado
llevar por una asociación que enlaza la descripción del mecanismo con la
lámpara de los veranos del jardín de infancia, porque así ocurrirá que el que
te dije tendrá un placer particular en hablar de la lámpara y del mecanismo sin
sentirse demasiado teórico,
sencillamente recordando un pasado cada día más presente por razones de esclerosis,
de tiempo reversible, y a la vez podrá mostrar cómo esto que ahora empieza a ocurrir
para alguien que probablemente se impacienta, es una lámpara en un jardín de verano
que se enciende entre las plantas, sobre una mesa.
(...)
con gritos de la madre que pregunta por qué no las taparon con una servilleta,
parece mentira que no sepan que esas noches están llenas de bichos (...) es
dulce, dulcemente triste, no irse de ahí sin mirar un segundo hacia atrás,
hacia la mesa y la lámpara, mirar el pelo gris de la abuela que sirve la cena,
en el patio ladra la perra porque ha nacido la luna y todo tiembla entre los
jazmines y los ligustros...
...al
porqué insolente de toda cosa (...) horror al misterio, a que los hechos
ocurrieran y fueran recibidos porque sí y sin tanto por qué...
En
mi caso la cuestión era menos rigurosa, mi problema de esa noche antes de que
vinieran Marcos y Lonstein a partirme por el eje, cordobeses del carajo, era
entender por qué no podía escuchar la grabación de Prozession sin distraerme y
concentrarme alternativamente, y pasó un buen rato antes de que me diera cuenta
de que la cosa estaba en el piano. Entonces es así, basta repetir un pasaje del
disco para corroborarlo; entre los sonidos electrónicos o tradicionales pero
modificados por el empleo que hace Stockhausen de filtros y micrófonos, de
cuando en cuando se oye con toda claridad, con su sonido propio, el piano. Tan
sencillo en el fondo: el hombre viejo y el hombre nuevo en este mismo hombre
sentado estratégicamente para cerrar el triángulo de la estereofonía, la
ruptura de una supuesta unidad que un músico alemán pone al desnudo en un
departamento de París a medianoche. Es así, a pesar de tantos años de música
electrónica o aleatoria, de free jazz (adiós, adiós, melodía, y adiós también
los viejos ritmos definidos, las formas cerradas, adiós sonatas, adiós músicas
concertantes, adiós pelucas, atmósferas de los tone poéms, adiós lo previsible,
adiós lo más querido de la costumbre), lo mismo el hombre viejo sigue vivo y se
acuerda, en lo más vertiginoso de las aventuras interiores hay el sillón de
siempre y el trío del archiduque y de
golpe es tan fácil comprender: el sonido del piano coagula esa pervivencia
nunca superada, en mitad de un complejo sonoro donde todo es descubrimiento asoman
como fotos antiguas su color y su timbre, del piano puede nacer la serie menos pianística
de notas o de acordes pero el instrumento está ahí reconocible, el piano de la
otra música, una vieja humanidad, una Atlántida del sonido en pleno
joven nuevo mundo. Y todavía es más
simple comprender ahora cómo la historia, el acondicionamiento temporal y cultural
se cumple inevitable, porque todo pasaje donde predomina el piano me suena como
un reconocimiento que concentra la atención, me despierta más agudamente a algo
que todavía sigue atado a mí por ese instrumento que hace de puente entre
pasado y futuro. Confrontación nada amable del hombre viejo con el hombre
nuevo: música, literatura, política, cosmovisión que las engloba. Para
los contemporáneos del clavicordio, la primera aparición del sonido del piano
debió despertar poco a poco al mutante que hoy se ha vuelto tradicional frente
a los filtros que sigue manejando ese alemán para meterme por las orejas unas
sibilancias y unos bloques de materia sonora nunca escuchados sublunarmente
hasta esta fecha. Corolario y
moraleja: todo estaría entonces en nivelar la atención, en neutralizar la extorsión
de esas irrupciones del pasado en la nueva manera humana de gozar la música. Sí,
en una nueva manera de ser que busca abarcarlo todo, la cosecha del
azúcar en Cuba, el amor de los cuerpos, la pintura y la familia y la
descolonización y la vestimenta. Es natural que me pregunte una vez más cómo
hay que tender los puentes, buscar los nuevos contactos, los legítimos, más
allá del entendimiento amable de generaciones y
cosmovisiones diferentes, de piano y controles electrónicos, de
coloquios entre católicos, budistas y protestantes, de deshielo entre los dos
bloques políticos, de coexistencia pacífica; porque no se trata de coexistencia, el hombre viejo no puede
sobrevivir tal cual en el nuevo aunque el hombre siga siendo su propia espiral,
la nueva vuelta del interminable ballet; ya no se puede hablar de
tolerancia, todo se acelera hasta la náusea, la distancia entre las generaciones
se da en proporción geométrica, nada que ver con los años veinte, los cuarenta,
muy pronto los ochenta. La primera vez que un pianista interrumpió su ejecución
para pasar los dedos por las cuerdas como si fuera un arpa, o golpeó en la caja
para marcar un ritmo o una cesura, volaron zapatos al escenario; ahora los
jóvenes se asombrarían si los usos sonoros de un piano se limitaran a su
teclado.
(...)
Hombre
nuevo, sí: qué lejos estás, Karlheinz Stockhausen, modernísimo músico metiendo
un piano nostálgico en plena irisación electrónica; no es un reproche, te lo
digo desde mí mismo, desde el sillón de un compañero de ruta. También vos tenés
el problema del puente, tenés que encontrar la manera de decir
inteligiblemente, cuando quizá tu técnica y tu más instalada realidad te están
reclamando la quema del piano y su reemplazo por algún otro filtro electrónico (hipótesis
de trabajo, porque no se trata de destruir por destruir, a lo mejor el piano le
sirve a Stockhausen tan bien o mejor que los medios electrónicos, pero creo que
nos entendemos). Entonces el puente, claro. ¿Cómo tender el puente, y en qué
medida va a servir de algo tenderlo?
(...)
¿Y
si no soy legible, viejo, si no hay lector y ergo no hay puente? Porque un
puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y
desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen. Un
puente es un hombre cruzando un puente, che.
Una
de las soluciones: poner un piano en ese puente, y entonces habrá cruce. La
otra: tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí; de esa niña que mama en
brazos de su madre echará a andar algún día una mujer que cruzará sola el
puente, llevando a lo mejor en brazos a una niña que mama de su pecho. Y ya no
hará falta un piano, lo mismo habrá puente, habrá gente cruzándolo.
—Se
ve que nunca leíste las aventuras de Robinjud —dijo Susana—. Mirá, Monique está
haciendo una tesis nada menos que sobre el Inca Garcilaso y tiene muchísimas
pecas. Entonces fue con un grupo de maoístas a asaltar la despensa de Fauchon
que viene a ser el Christian Dior del morfi, un acto simbólico contra los
burgueses que pagan diez francos una palta roñosa importada por avión. La idea
no es nueva puesto que no hay ideas nuevas, en tu tierra a lo mejor ya hicieron
algo parecido, se trataba de cargar las vituallas en dos o tres autos y
distribuirlas a la gente de las villas miseria del norte de París. Monique vio
un paquete de yerba y se lo metió vaya a saber dónde para traérmelo, cosa no
prevista en la operación y más bien irregular, pero teniendo en cuenta la que
se armó esa noche hay que decir que estuvo sublime.
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Ajám...