Hart Crane dixit...
Hacemos cambios dóciles,
satisfechos con los consuelos del azar
mientras el viento se acumula
en bolsillos resbalosos y demasiado amplios.
Porque aún podemos amar al mundo, los que encontramos
un gatito hambriento en un escalón, y conocemos
recovecos para él a salvo de la furia de la calle,
o calentamos caderas rotas.
Nos apartamos a un lado, y para la sonrisa final
retrasaremos el destino de ese inevitable pulgar
que lentamente roza su índice arrugado hacia nosotros,
enfrentándonos al estúpido estrabismo con qué inocencia,
con qué sorpresa.
Y sin embargo, estos delicados fracasos no son tanto
mentiras
sino las piruetas de cualquier bastón flexible.
Nuestras exequias no son, en cierta manera, una
iniciativa.
Podemos evadiros, y a todo lo demás excepto al corazón:
Qué culpa tenemos nosotros si el corazón continúa
viviendo.
El juego impone sonrisas; pero hemos visto
a la luna en callejones solitarios crear
un grial de risa de un cenicero vacío,
y a través de todo sonido de alegría y búsqueda
hemos oído un gatito en tierras salvajes.
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