RESPUESTA AL “CUESTIONARIO PROUST”
—¿El principal rasgo de mi
carácter?
—Angustia, paradójicamente
unida a una gran vitalidad.
—¿La cualidad que deseo en un
hombre?
—Coraje más generosidad.
—¿La cualidad que prefiero en
una mujer?
—Belleza, con fervor e
intuición.
—¿Lo que más aprecio en mis
amigos?
—La fidelidad.
—¿Mi principal defecto?
—Mi extremada susceptibilidad.
—¿Mi ocupación preferida?
—Ahora, la pintura.
—¿Mi sueño de dicha?
—Vivir con los que quiero
durante algunos centenares de años. El oficio de vivir es tan difícil y la vida
tan corta que cuando se lo comienza a aprender ya hay que morirse. No querría
ser eterno, porque la eternidad le quitaría valor a los hechos de la
existencia, todos transitorios, pero me gustaría vivir una cantidad razonable
de años, esos centenares.
—¿Cuál sería mi mayor
desgracia?
—Perder a Matilde, la
compañera de toda mi vida, desde que éramos unos chicos.
—¿Qué quisiera ser?
—Ahora, un pintor capaz de
expresar intuiciones que no pude expresar con palabras.
—¿Dónde desearía vivir?
—Donde vivo, en mi tierra;
desventurada como es, imperfecta como es. Porque es donde nací, fui niño, tuve
ilusiones, quise transformar el mundo, amé y sufrí. Y porque a una tierra nos
unen entrañablemente no sólo sus felicidades y virtudes sino, y sobre todo, sus
tristezas y precariedades.
—¿El color que prefiero?
—Ésta es ya una de las
preguntas que no me gustan en este famoso cuestionario, porque el hombre es
demasiado contradictorio e insaciable para conformarse con un color, con un
músico, con un escritor. Ya, por lo pronto, la dialéctica del día y la noche es
también la dialéctica de lo fantástico y lo cotidiano, de lo simbólico y lo
racional. Todos somos santos y demonios, según el momento, según el que tenemos
delante, según las circunstancias. Todos somos piadosos y despiadados, ateos y
religiosos. Al menos, así me lo dicen mi propia experiencia y mis innumerables
contradicciones. Tal vez por eso he sido novelista, pues los personajes de
ficción son hipóstasis, muchas veces opuestas, del mismo corazón. ¿Colores? No
sé, creo que todos, según el momento y el estado de ánimo.
—¿La flor que prefiero?
—Hay ocasiones en que me
deslumbra una orquídea y otras en que me extasío examinando de cerca alguna
pequeñita flor silvestre, como esa que en nuestro campo se llama «corazón de
novia».
—¿El pájaro que prefiero?
—Sobre todo, las aves de gran
altura, cuando vuelan: el águila, el cóndor.
—¿Mis autores preferidos en
prosa?
—Dostoievsky, Cervantes,
Tolstoi, Stendhal, Proust, Kafka, Thomas Mann, Chéjov, Virginia Woolf, el Thomas
Hardy de Judas el oscuro, Malcolm Lowry, y muchos más.
—¿Mis poetas preferidos?
—Me sucede como en las flores:
a veces uno modestísimo como Prévert; otras, alguno grande como Rimbaud. A
veces un solo verso de un poeta, aunque el resto no me atraiga demasiado.
—¿Mis héroes de ficción?
—El Quijote.
—¿Mis heroínas favoritas de ficción?
—Aquellas de las que podría
haberme enamorado. Alguna mujer de Stendhal, por ejemplo, o de Dostoievsky.
—¿Mis compositores preferidos?
—Los barrocos, sobre todo en
los movimientos lentos; Vivaldi en particular, especialmente el concierto para
violonchelo en mi menor; el solemne y ceremonioso Haendel; Corelli y el
inevitable Bach: el coral «Jesús, alegría del hombre». Cito al azar del
recuerdo, es absurdo decir esto o aquello. Y porque me da rabia tanta
injusticia, el menosprecio de tanta gente, el Schubert grande (pienso ahora en
ese patético llamado de ayuda del segundo movimiento del quinteto opus 163, o
en sus lieder, en la música sombría que acompaña a aquel verso de Heine «in
diesem Hause wohnte mein Schatz»: toda la música, por un motivo o por otro.
Hasta alguna canción de los Beatles, o una hermosa de John Lennon, acompañada
de piano, cuyo nombre no recuerdo. Es como eso que dije antes de la florecita
silvestre. Y Schumann, y partes del quinteto para clarinete de Brahms, y Bela
Bartok, y qué sé yo cuánta música más.
—¿Mis pintores predilectos?
—No, tampoco me gustaría
especificar: hay decenas de pintores que me fascinan o me gustan o me hacen
pensar o soñar, según el día, la melancolía o la pasión, el sol o la luna.
—¿Mis héroes de la vida real?
—El Che Guevara, ese hombre que siempre combatió de frente y que murió
tristemente en medio de la soledad, la selva y la derrota. Ese hombre noble que
se permite invocar tanto miserable que asesina inocentes con bombas en una
playa, o en un aeropuerto, anónima y cobardemente.
—¿Mis heroínas históricas?
—Mi madre.
—¿Mis nombres favoritos?
—Alejandra.
—¿Qué detesto más que nada?
—Las pasiones menores y
vergonzosas: esa hermana despreciable de la prudencia que es la cobardía, esa
especie de caricatura del orgullo que es la vanidad, ese pariente pobre y
resentido de la admiración que es la envidia.
—¿Qué caracteres históricos
desprecio más?
—Hitler y Stalin.
—¿Qué hecho militar admiro
más?
—Las luchas heroicas de los
pueblos desvalidos contra los opresores poderosos.
—¿Qué reforma admiro más?
—La que nos puede dar un mundo
en que no haya niños que se mueran de hambre. En que haya justicia social, pero
con libertad: ni tiranía del dinero ni tiranía del buró político.
—¿Qué dones naturales quisiera
tener?
—La bondad absoluta.
—¿Cómo me gustaría morir?
—Consciente de mí mismo, sin
injertos ni operaciones monstruosas, como yo mismo: no como una basura anónima
y drogada.
—¿Estado presente de mi
espíritu?
—Angustia por el destino de mi
patria.
—¿Hechos que me inspiran más
indulgencia?
—Las debilidades humanas, pero
no sus bajezas.
—¿Mi lema?
—Resistir.
Respondido por Ernesto Sábato, La Vanguardia,
Barcelona, feb., 1980