El nuevo Zenón
De repente, la montaña se volvía cercana al átomo, y la rosa de los vientos al ángulo menudo, la cresa se arrastraba algunos angströms sobre calzas de gigante, el cabo duro se constelaba con el rocío escarchado de la ola. Los órdenes ya no estaban en orden, los órdenes de magnitud ya no estaban ordenados, y tampoco los géneros de formas: la pequeña roca de Polifemo, el islote de Pantelleria, la gran isla de Sicilia y el continente italiano son echados a la suerte por Neptuno, no están alineados como las Pirámides, a la sombra de Tales.
Este desorden introducido en la similitud producía sencillamente el estado del hábito y de lo acostumbrado. El espacio de la razón ya no decía no al espacio de la vida y de las cosas mismas. Zenón no renuncia de ningún modo a la razón en la profusión alocada de lo concreto, aprende que la razón es un caso singular en un sorteo, una singularidad entre otras. Los recorridos anteriores son pobres y particulares respecto a este último, el fiel y el afortunado.
Entonces sonríe, suavemente: quizá esté lejos de mi destino, no importa, dice. Pero creo que ya no estoy tan alejado de lo real; no lo repita usted.
El nuevo Zenón, de París o de Londres, llamaba a su método randonnée dado que un viejo término de caza, randon, había generado dos parientes cercanos y sin embargo divergentes: el francés randonnée, excursión a pie, y el inglés random, el azar, la suerte...
El paso del
Noroeste
El paso del Noroeste
hace comunicar el océano Atlántico con el Pacifico, por
los fríos parajes del gran norte canadiense.
Se abre, se cierra,
se tuerce a través del inmenso archipiélago ártico fractal, a lo
largo de un dédalo alocadamente complicado de golfos
y canales, cuencas y estrechos, entre la Tierra de Baffin y
la Tierra de Banks. Aleatoria distribución y fuertes coerciones
regulares, el desorden y las leyes. Usted lo emboca en el
estrecho de Davis, acaba en el mar de Beaufort. De allí, corre por
el norte de Alaska hacia las Aleurianas. Alivio, desemboca en
el nombre de la paz.
En las antiguas, iba a decir clásicas, clasificaciones de
las ciencias, el estado de este pasaje no se describe de ese modo. Se diría que no plantea problema. Y, de hecho, a primera vista, no tendría por
qué. Vivimos y pensamos tanto de colectividad como de mundo, el equilibrio de
los planetas es la condición de nuestra supervivencia como lo es nuestro
entorno humano, necesitamos tanto del lenguaje como del oxígeno. Así pues, las
ciencias humanas siguen, en la lista o en el tiempo, a las ciencias exactas, siguen
o preceden, esto no importa, siguen, preceden, o se yuxtaponen, en suma, donde
sea que estén unas respecto a otras, se encuentran en el mismo espacio y mantienen
relaciones sencillas. Esto es bastante cierto, pero no del todo.
Decir que en cada uno de los niveles el juego cambia de reglas
bastaría, siempre y cuando el nivel no fuera una regla. Sí, cuando el juego
cambia de regla, el propio nivel cambia y se pierde.
El cálculo se funda en la idea muy sencilla de que existe
un camino de lo local a lo global. Este camino se prolonga, de proximidad en proximidad, las más de las veces es
abierto. Esta es la idea no dicha de los clásicos, hasta los románticos incluidos, ésta es la idea que terminó siendo explicitada
y luego puesta en tela de juicio. Hemos terminado por pensar que esta prolongación no es, las más de las veces,
posible.
Lo que nos separa de nuestros predecesores se resume en parte
en eso y es sencillo. Existe un camino, o no existe. Y si existe, no es cosa
temporal, debida a nuestras negligencias o incapacidades; sabemos demostrar su
inexistencia. Un día, quizá, tendremos que pensar que Newton tuvo suerte en
poder establecer una regla universal, pasar de la caída de los cuerpos a la
circulación de los planetas, es decir pasar de lo local a lo global, porque se
encontró dos veces con un caso de armonía, cálculo y fenómeno. Esta suerte no
se da todos los días. Lo que solemos denominar razón, racionalidad, no es,
quizá, otra cosa que un caso raro. Lo racional sería un islote inmerso en lo real.
Ya lo he dicho y volveré sobre ello.
Está lo local y está lo global, uno está incluido en el
otro y se distribuye en él. Ciertamente existe un camino que conduce de un
saber a otro, y de un saber a todos los saberes, o a la totalidad del saber. Se
trata, en efecto, a la ciencia como la ciencia aprende a tratar el mundo.
Aquí el espacio es continuo, allí desgarrado, como la
hoja de papel, no siempre es seguro que exista un camino que atraviese los
Pirineos o el río, para conectar la verdad de uno mismo a uno mismo, o que vaya
más allá de la burla que la elocuencia verdadera muestra respecto de la
elocuencia.
Hablo con muchas voces: del método para conducir bien su
pensamiento, de la técnica rigurosa, aunque un poco vaga todavía, del cálculo, del tratamiento por él de las cosas
del mundo, mecánico o físico, de la escala de los seres, que resulta de este
tratamiento, de los estados de cosas, de la scala entium y de la scala
intellectus, de la escala del entendimiento o del espacio del saber. Es
cierto que las decisiones se toman de golpe. El espacio es jerárquico, es
homogéneo o macizo, a jirones, cualquiera que sea el espacio del que se hable.
Y el camino pasa o se pierde, en el método, el cálculo, el mundo, el saber, las
clasificaciones. No soy yo el que habla con varias voces únicamente, todos mis
predecesores han seguido esta vía unitaria.
La desgracia vino, en esta vía filosófica, de la necia simplificación
de una cuestión en la que se manifestó la
exuberancia barroca. Se simplifica, en general, mediante
una elección forzada: continuo o discontinuo, análisis o síntesis, excluyéndose el tercio. Dios o diablo, sí o no, conmigo o
contra mí, entre dos cosas una sola. Ahora bien, la complejidad asoma por el lado de lo real, en tanto que el
dualismo incita a la batalla en que muere el pensamiento nuevo, en que desaparece el objeto. El dualismo sirve
para definir propiamente las almenas en las que se instalan, por mucho tiempo en equilibrio, combatientes carentes de
coraje. Uno lucha para no trabajar, al no luchar trabaja. La búsqueda desaparece
en provecho del reparto en escuelas, en sectas, en grupos de presión, el
espacio del problema desaparece bajo la bulliciosa cuadriculación de los
ocupantes. La clasificación, del latín classis, cuerpo de ejército,
también es el resultado de la relación de fuerzas, tiene mucha relación con la
lucha y muy poca con la apuesta, o mucha con la apuesta y muy poca con el
objeto. La simplificación procede de la lucha. Debería inyectarse paz para ver
un poco más claro, abandonar el espacio del combate, donde se levanta la
polvareda, para tener visibilidad. La razón por la que el inventor siempre
parece llegar de afuera es que adentro la barahúnda de la lucha cubre, con su
continuo ruido de fondo, los mensajes pertinentes, es que el adentro mismo está
estructurado por aquel ruido. Aquí dentro se cree que el ruido de batalla es el
mensaje sobre el objeto. Es el error cotidiano y común. Es el más implacable freno
de la historia y del progreso. El verdadero conservador es aquel que lucha, ya
que siempre se lucha del mismo modo. El inventor no es inventor porque es de
afuera: esta idea aún es de odio, pertenece a los que creen que existe un
adentro, y por lo tanto un afuera; no, es inventor porque todo el espacio está
siempre ya tomado, almena por almena, como se suele decir, milímetro por
milímetro. No ha tenido lugar donde colocar su cabeza y dormir, como duermen
los perezosos. Tiene pues que inventar, si quiere sobrevivir, e inventar
también un espacio nuevo por completo, sin relación alguna con el viejo espacio tontamente repartido. Tiene que
crear para vivir, pues vive en la vecindad de la muerte. No, no es el héroe de
lo negativo, dragón con lanza y coraza, pico y uñas. Es el heraldo de un
espacio en otra parte. Lo positivo y lo negativo son los mismos, gemelos. El inventor
está en otra parte, hace otra parte. En la vecindad del ruido, del caos, del
desorden mortal, donde se alza lo nuevo. El ruido de la batalla mantiene el
espacio, sin solución, de Oriente a Occidente, nada nuevo bajo el sol de la
discordia, exterior como interior. Venecia y México fueron fundadas por
fugitivos expulsados de espacios vivibles hacia pantanos, alturas, hondonadas
mortales.
La desgracia vino de la simplificación por las armas. Es
de este artefacto social del que hay que desconfiar, si uno quiere pensar. Los demás prejuicios son de poco peso frente a
este monstruoso animal de necedad. Sí, la lucha es nuestra primera costumbre,
aplasta nuestro despertar intelectual. Sí, el pensamiento no tiene otro bloqueo
que el odio. La desgracia del pensamiento siempre procede de él, comparado con
él, sólo existen pequeñas desgracias.