Como un ovillo de hebras de seda
estampado contra una pared
ella bordea la tapia de un sendero
en los jardines de Kensington
y se va muriendo poco a poco
de una especie de anemia emocional.
Y por allí se pasea una chusma
de hijos de la miseria,
inmundos, vigorosos, inextinguibles.
Ellos heredarán la tierra.
Ella es el final de la estirpe.
Su aburrimiento es exquisito y excesivo.
Le gustaría que alguien fuese a hablarle,
y casi tiene miedo de que yo
cometa esa indiscreción.
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