"Ese primer centro abstracto tiene en sí una historia particular -continuó-. La historia dice que hubo una vez un hombre, un hombre común y corriente sin ningún atributo especial. Era, como todos los demás, un conducto del espíritu y por esta virtud, como todos los demás, formaba parte del espíritu, parte de lo abstracto. Pero él no lo sabía. El mundo lo mantenía tan ocupado que carecía del tiempo y de la inclinación para examinar el asunto.
El espíritu trató inútilmente de ponerle al descubierto el vínculo de conexión entre ambos. Por medio de una voz interior, el espíritu le reveló sus secretos, pero el hombre fue incapaz de comprender las
revelaciones. Oía la voz interior, naturalmente, pero creía que era algo de él. Estaba convencido de que lo que él sentía eran sus propios sentimientos y que lo que pensaba eran sus propios pensamientos.
Con el fin de sacarlo de su modorra, el espíritu le dio tres señales, tres manifestaciones sucesivas. Tres veces el espíritu, de la manera más obvia, se cruzó físicamente en el camino del hombre. Pero el
hombre permanecía inconmovible ante cualquier cosa que no fuera su interés personal.
(...)
debido a que el hombre se negó en absoluto a comprender, el espíritu se vio en la necesidad de usar el ardid."
[Ardid: Acción hábil con que se pretende engañar a alguien o conseguir algo.]
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