martes, 15 de octubre de 2019

Fragmento de "Lo turbio de una noche trasnochada. Rainer Maria Rilke dixit" - José Luis Cuerda

Vivimos tiempos duros y atropellados. Hemos hecho que los tiempos que vivimos sean duros y atropellados. Hemos dejado que otros conviertan en duros y atropellados los tiempos que vivimos.
Digo vivimos porque los habitamos, no sé en cada caso con qué intensidad, sentimiento, lucidez, gusto o pena. Digo tiempos porque transcurrimos sobre sus zancadas, carreras o pasitos. Y digo que son duros y atropellados porque -me cago en todo lo que se mueve- lo que transportan sus segundos, minutos, horas y años de hoy son miserias, borderías, vistazos, humillaciones, piedras, bombas… para disfrute, solaz, orgasmo y risa del uno por ciento de la población y agonía sádica del otro noventa y nueve. Y son los nuestros tiempos atropellados porque nadie espera tres segundos, si puede colmar sus anhelos en uno. Ya no hay calendario, ya no hay jornadas, ya no quedan mensualidades ni anualidades, sólo corto plazo. Se vive del pronto cobro, se muere del pronto pago. Es vital que todo sea pronto. Y sobre todo que ese todo sea enriquecimiento.
(...) comprueben así que la eterna vida deseable y posible está aquí, en el calorcico de un brasero, en una copita de anís, en unos cuantos revolcones y en algunas cancioncillas populares en lengua vernácula.
Otros, agnósticos, ateos incluso, o de religiones increíblemente no verdaderas, fijaos qué idea estando ahí la católica, andan perdidos por los barrios del cosmos sin amparo ni sosiego, con sus sacos de oro, petróleo, armas, drogas, papel moneda y fetiches , sobre sus herrumbrosos hombros y sin destino verosímil.
A todo dios le ha pillado el tempus fugit.
Se entretiene hoy el personal dándose bocados en las billeteras los unos a los otros, eligiendo banco suizo, eligiendo abogado, eligiendo corbata, sin ánimo algunos de serse en sí mismos, estando simplemente, pasando por las horas con la mirada puesta en la calculadora, sin usar el cerebro ni para echar cuentas.
Los ricos de antes utilizaban el fósforo cerebral para alumbrar ideas, conclusiones tan ciertas y elaboradas como la que en su momento luciera el patriarca de la hostelería mister Hilton, reducido hoy a abuelo de Paris Hilton. El hombre llegó a concluir que la única verdad incuestionable que conocía era que, en la bañera, la cortina de plástico estaba mejor por dentro que por fuera. Los de ahora actúan, no piensan. Los datos los dan las máquinas y no hace falta ideas. A los navajazos los impulsa el instinto.
Estamos al borde de vivir embalsamados en números, cuantificados, numerados, cosificados como cuentas de ábacos, ensartados en alambres como bolitas de una lotería, risibles espantahormigas, porque ni a espantapájaros llegamos. Para ello tendríamos que alcanzar de nuevo la estatura del vuelo de un gorrión.
Y no llegamos. No nos dejan llegar. Hemos dejado que no nos dejen llegar.

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