Siguen navegando y adentrándose
en la selva. Willard siente que ya están llegando a destino, por lo que junta
el legajo, las fotos, las cartas y los artículos de diarios, rompe todo y lo
arroja al río.
De pronto, en canoas, unos
nativos con las caras pintadas de blanco, parecen estar esperándolos como si de
guardianes del Hades se tratará. La lancha disminuye la velocidad y se abre
camino lentamente entre esos espectros. Pronto, en la orilla se acercan a
verlos guerrilleros montagnards y otros vestidos con ropas del Vietcong, del
Ejército de Vietnam del Norte o del Khmer Rouge. También se perciben cadáveres
mutilados, ahorcados o empalados, cabezas sobre picas y calaveras. Han,
finalmente, descendido al infierno, al infierno de Kurtz.
Llegan al campamento de este
ejército de indígenas y desertores vietnamitas y camboyanos. Desde una especie
de muelle, parecen ser recibidos por un fotógrafo frenético, hiperactivo y
aparentemente drogado (Dennis Hopper). Grita a los nativos y guerrilleros: “Han
sido aprobados.” Y, luego, dirigiéndose a los del bote patrulla, “salgan, somos
todos sus hijos”.
Aconseja a Willard que pedía
hablar con Kurtz “uno no habla con el Coronel, bueno, uno lo escucha. El hombre
amplió mi mente. Es un poeta-guerrero en el sentido clásico… Yo soy un hombre
pequeño. Él es un gran hombre. ‘Hubiera preferido ser un par de recias tenazas
que corren en el silencio de oceánicas terrazas’ [repite estos versos de La
canción de amor de J. Alfred Prufrockde T. S. Eliot]. Quiero decir. Él puede
ser terrible y puede ser malvado y estar en lo cierto. Él está luchando la
guerra. Es un gran hombre.” Y por detrás se ve un enigmático graffiti: “Nuestro
lema: ¡Apocalipsis ahora!”
Es ahí cuando ve al capitán Colby
(Scott Glenn) que había sido enviado antes que él en un estado casi catatónico,
con las manos ensangrentadas sujetando su arma. Continúa el fotógrafo exaltado
con sus consejos: “Entonces, tú sólo déjalo tranquilo, estate tranquilo,
pregúntale… Pero no juzgues al Coronel.”
Y las cabezas en picas por todos
lados. “Las cabezas. Están viendo las cabezas. Eh, bueno, a veces llega
demasiado lejos, y él es el primero en admitirlo.” Afirma una y otra vez que
Kurtz no está loco. “Si hubiesen podido escucharlo hace dos días… Si hubiesen
podido escucharlo entonces… Dios…”
“Este tipo, el Coronel, está
chiflado, hombre”, dice el Chef a Willard. “Está peor que loco. Es demoníaco…
Esto es puta idolatría pagana. Mire a su alrededor. Mierda. Está loco. No tengo
miedo de todas estas calaveras, altares y mierda. Solía pensar que, si moría en
un lugar maldito, entonces mi alma no podría encontrar el Cielo. Pero ahora,
¡carajo! Quiero decir, no me importa a dónde vaya, con tal que no llegue a
aquí. Entonces, ¿qué quiere hacer? Yo mataré al hijo de puta.” Pero deja al
Chef en el bote y le pide que convoque un ataque aéreo sobre el campamento de
Kurtz si en 8 horas no tiene noticias suyas.
Willard piensa: “Todo lo que vi
me decía que Kurtz estaba loco. El lugar estaba lleno de cadáveres.
Nordvietnamitas, vietcongs, camboyanos. Si aún estaba yo vivo, era porque él me
quería de ese modo.” Y al llegar al “cuartel general” de Kurtz: “Olía a muerte
lenta allí, malaria y pesadillas. Éste era el fin del río, estaba bien.”
En medio de la penumbra, Kurtz,
tambaleándose, cansado, entrado en peso y pelado, se toma la cabeza con las dos
manos. Pregunta a Willard sobre su pasado y al escuchar el nombre de Ohio, el
estado en el que nació el Capitán, recuerda el río del mismo nombre y una
travesía que hizo en él de niño hasta un vivero de flores de gardenias: “podía
pensar que el Cielo había caído en la tierra en la forma de gardenias”. El
viaje de un niño hasta el Cielo, el viaje de un adulto hasta el infierno…
Se imagina la misión y que el fin
de Willard es matarlo. “¿Has considerado alguna vez las libertades auténticas?
¿La libertad ante la opinión de otros? ¿Incluso ante la opinión de uno mismo?
¿Te dijeron por qué, Willard? ¿Por qué querían poner fin a mi mando?”
Al comienzo, Willard se escuda en
lo secreto de su misión. Pero Kurtz insiste. “—¿Qué te dijeron? —Me dijeron que
se había vuelto loco y que sus métodos eran anormales.” Kurtz toma su puño.
“—¿Son mis métodos anormales? —No veo ningún método, mi Coronel. —Me esperaba
alguien como tú. ¿Qué esperabas tú? ¿Eres un asesino? —Soy un soldado. —No eres
ni una cosa ni la otra. Eres un niño vagabundo, enviado por el verdulero a
cobrar una factura.”
A la mañana siguiente Willard
amanece en una jaula de cañas, de las que se usan en esas regiones para atrapar
tigres. A su alrededor, cuerpos putrefactos y moscas.
El fotógrafo cuestiona al
enviado: “¿Por qué un buen muchacho como tú quiere matar a un genio? ¿Sabes que
el hombre realmente te quiere? Él te quiere. Realmente te quiere. Pero tiene
algo en mente para ti. ¿No tienes curiosidad? Algo está pasando allí afuera,
hombre. Sé algo que tú no. Está bien, muchacho. El hombre tiene claridad en su
mente, pero su alma está loca. Oh, sí. Está muriendo, creo. Odia todo esto. Lo
odia, pero el hombre es, bueno… Lee poesía en voz alta, ¿está bien? Le gustas
porque aún estás vivo. Tiene planes para ti. No, no, no voy a ayudarte. Tú vas
a ayudarlo a él, hombre. Quiero decir, ¿qué van a decir, hombre, cuando él ya
no esté? ¿Eh? Porque morirá cuando muera, hombre. Cuando muera, morirá. ¿Qué
dirán de él? ¿Qué dirán? ¿Que era un buen hombre? ¿Un hombre inteligente? ¿Que
tenía planes? ¿Tenía sabiduría? ¡Mierda, hombre! ¿Seré yo el que los corrija?
Mírame. ¡Estás equivocado! ¡Serás tú!”
Siguiendo las órdenes dadas por
el Capitán, y habiendo pasado más de 8 horas sin noticias de él, el Chef
intenta comunicarse con “Todopoderoso” y pedir un ataque aéreo sobre el cuartel
de Kurtz.
En la siguiente escena, el
Coronel, con la cara camuflada, se acerca despacio a Willard en su jaula. Y
arroja entre las piernas de éste, la cabeza del Chef.
En Redux, Kurtz da un monólogo a
Willard, explicando sus razones, no sólo para defeccionar de sus “mandos
naturales”, sino también para exiliarse del mundo, de la sociedad. Rodeado de
niños, cita un artículo de la revista Time en el que se asegura que, aunque el
fin de la guerra parece lejano, los funcionarios del gobierno piensan que el
enemigo está a punto de llegar al límite y no podrá seguir combatiendo. Cita
socarronamente otras noticias “optimistas”.
Willard es liberado de su jaula mientras el Coronel lee un fragmento de “Los hombre huecos” de T. S. Eliot: “Somos los hombres huecos, los hombres rellenos de aserrín, que se apoyan unos contra otros, con cabezas embutidas de paja. ¡Sea! Ásperas nuestras voces, cuando susurramos juntos, quedas, sin sentido, como viento sobre hierba seca…” Contornos sin forma, sombras sin color, paralizada fuerza, ademán inmóvil.
Y el fotógrafo agrega: “Está
realmente allí. ¿Entiendes lo que dice? ¿Lo haces? Esto es dialéctica.
Dialéctica muy simple. Uno por nueve. Sin talvez, sin supuestos, sin
fracciones. No puedes viajar por el espacio. No puedes salir al espacio, sabes,
sin, sabes, con fracciones. ¿Dónde vas a aterrizar? ¿Un cuarto? ¿Tres octavos?
¿Qué harás cuando vayas de aquí a Venus o algo así? Eso es física dialéctica,
OK. Lógica dialéctica es que sólo hay amor y odio. O amas a alguien o lo odias.
‘Así es como se acaba el [puto] mundo.’ Mira esta puta mierda aquí, hombre. ‘No con un estallido sino con un quejido.’ [repite estos versos finales de Los hombres
huecos.] Y con un gemido, me estoy partiendo, muchacho.”
Un paneo de cámara muestra unos
textos en la guarida de Kurtz: la Santa Biblia, “Del ritual al romance” de
Jessie Lailay Weston y “La rama dorada” de sir James George Frazer. Libros
clásicos, sobre mitos, sobre búsquedas espirituales, sobre viajes iniciáticos…
“En el río, pensé que en el
minuto en que lo viese, sabría qué hacer, pero no pasó así. Estuve allí con él
durante días, sin guardias. Era libre, pero él sabía que no iría a ningún lado.
Sabía mejor que yo lo que yo mismo iba a hacer. Si los generales en el cuartel
de Nha Trang pudiesen ver lo que yo vi, ¿querrían aún que lo matase?
Probablemente más que nunca. ¿Y qué querría su gente en casa si supiese qué tan
lejos de ellos estaba ahora realmente? Se había separado de ellos y luego se
separó de sí mismo. Nunca había visto un hombre tan quebrado y tan dividido.”
Nuevamente Kurtz intenta
explicarse. “He visto horrores, los horrores que tú has visto. Pero no tienes
derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes ese derecho… pero
no tienes derecho a juzgarme.”
“Es imposible que las palabras
puedan describir lo que es necesario para aquéllos que no saben lo que
significa el horror. Horror. El horror tiene cara. Y uno debe hacerse amigo del
horror. El horror y el terror moral son tus amigos. Si no lo son, entonces son
enemigos que debes temer. Son enemigos de verdad.”
Y la memoria de un punto de
inflexión en su vida. “Recuerdo cuando estaba en las Fuerzas Especiales.
Parecen mil años atrás. Fuimos a un campo a vacunar a unos niños. Dejamos el
campo luego de inocularlos contra la polio. Y este viejo vino corriendo detrás
de nosotros y lloraba. No podía hablar. Volvimos y ellos habían ido y habían
arrancado cada brazo vacunado. Estaban ahí, en una pila… una pila de bracitos.
Y recuerdo que… lloré. Lagrimeé como una abuela. Quería arrancarme los dientes.
No sabía lo que quería hacer. Y quiero recordarlo. No quiero nunca olvidarlo.
No quiero nunca olvidarlo. Y entonces me di cuenta… como si hubiese recibido un
disparo, como si hubiese recibido un disparo con un diamante, una bala de
diamante en mi frente. Y pensé: ‘Mi Dios, ¡qué genialidad eso! ¡Qué
genialidad!’ La voluntad para hacer eso. Perfecta, genuina, completa,
cristalina, ¡pura! Y entonces me di cuenta de que ellos eran más fuertes que
nosotros, porque podían soportarlo. Éstos no eran monstruos. Éstos eran
hombres… tropas entrenadas. Estos hombres que peleaban con sus corazones, que
tenían familias, que tenían hijos, que estaban llenos de amor… que tenían la
fuerza, la fuerza de hacer eso. Si tuviese diez divisiones de aquellos hombres,
entonces nuestros problemas aquí acabarían rápidamente. Debes contar con
hombres que son morales y a la vez pueden utilizar sus instintos primitivos
para matar… sin sentimientos, sin pasión, sin deliberación… sin deliberación.
Porque es la deliberación la que nos vence.”
“Me preocupa que mi hijo no
comprenda lo que he intentado ser. Y si debo morir, Willard, desearía que
alguien vaya a casa y cuente todo a mi hijo. Todo lo que hice, todo lo que
viste. Porque no hay nada que deteste más que el hedor de las mentiras. Y si me
entiendes, Willard, tú… tú harás esto por mí.”
Mientras tanto, los nativos se
preparan para un sacrificio ritual. Lance, semidesnudo, se mezcla con ellos. Y
Willard regresa a la lancha, donde escucha: “Éste es Todopoderoso esperando
instrucciones. ¿Me copian?” Sabe que el ataque aéreo es inminente, pero se
cuestiona sus órdenes: “Me harán Mayor por esto y ni siquiera estaba más en el
puto Ejército. Todo el mundo quería que lo haga. Él más que nadie. Sentía como
que me esperaba, aguardando que ponga fin a sus dolores. Sólo quería irse como
un soldado, de pié. No como un renegado pobre, malgastado y cubierto en
harapos. Incluso la jungla lo quería muerto, y, en cualquier caso, era de allí
de donde tomaba sus órdenes.”
Abandona la lancha y parte
lentamente hacia un viejo templo budista que oficia de cuartel de Kurtz, donde
éste aguarda el sacrificio final. Mimetizado, Willard surge de las aguas con un
machete en la mano. Se escucha nuevamente la música de The Doors, “The end”,
como al comienzo.
Kurtz graba una lectura.
“Entrenamos a los jóvenes para arrojar fuego sobre seres humanos, pero sus
comandantes no les permiten escribir ‘carajo’ en sus aviones porque es
obsceno.”
Ve a Willard aproximarse y se
entrega. Mientras que, afuera, los nativos sacrifican un búfalo de agua.
Agonizante, en el suelo, Kurtz se limita a repetir: “El horror. El horror.”
Willard lentamente abandona el
templo mientras lee una anotación de Kurtz en rojo sobre unos papales escritos
a máquina: “Arrojad la bomba. ¡Exterminadlos a todos!” Se sienta por un
instante en el lugar del Coronel ahora muerto, mientras se le aproximan nativos
que lo veneran como un nuevo rey-dios.
Pero Willard decide seguir y
camina entre ellos, mientras bajan sus armas y lo observan con temor
reverencial. Toma de la mano a un lance completamente perdido y lo conduce
lentamente hasta la lancha.
Se van lentamente por el río, cae
una lluvia torrencial, y “Todopoderoso” sigue intentando comunicarse por radio…
una radio que Willard apaga abruptamente. Mientras, como entre sueños, se
escuchan ecos de Kurtz: “El horror… El horror.”
THE HORROR!
Fin.
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