LA MIRADA
Sólo cuando la mirada se abre
al par de lo visible se hace una aurora. Y se detiene entonces, aunque no
perdure y sólo sea fugitivamente, sin apenas duración, pues que crea así el
instante. El instante que es al par indeleblemente uno y duradero. La unidad,
pues, entre el instante fugitivo e inasible y lo que perdura. El instante que
alcanza no ser fugitivo yéndose.
Inasible. El instante que ya
no está bajo la amenaza de ser cosa ni concepto. Guardado, escondido en su
oscuridad, en la oscuridad propia, puede llegar a ser concepción, el instante
de concebir, no siempre inadvertido.
Y así, la mirada, recogida en su oscuridad paradójicamente, saltando sobre una aporía, se abre y abre a su vez, "a la imagen y semejanza", una especie de, circulación. La mirada recorre, abre el círculo de la aurora que sólo se dio en un punto, que se muestra como un foco, el hogar, sin duda, del horizonte. Lo que constituye su gloria inalterable.
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