miércoles, 28 de noviembre de 2012

Kierkegaard

La mayoría de los hombres corren demasiado tras los placeres, pasando ante ellos sin gozarlos. Les pasa lo que a aquel enano que cuidaba en su palacio de un princesa cautiva. Un día se puso a dormir la siesta y al despertarse una hora después, se encontró con que la princesa se había escapado. Se calzó a toda prisa las botas de cien leguas; y de un solo paso ya la había dejado muy atrás.

La ley es ésta: si la proclamación es verdad, debe producir lo que proclama.

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