Desde hace mucho tiempo, los estudios acerca de las bases de la lógica han probado de forma indiscutible, y a pesar de algunas divergencias entre sí, un hecho irrefutable según mi opinión: los enunciados de la lógica están vacíos. Son esencialmente tauto-lógicos, son “juicios analíticos” en la terminología de Kant o reglas para la transformación de pensamientos. No exponen nada sobre la realidad, mejor dicho, no aportan nada nuevo al conocimiento de la realidad. No obstante la realidad es siempre su base. Que algo no pueda a la vez ser y no ser es una experiencia elemental que tomamos de la realidad. Si hablo por tanto de una lógica de la vida o lógica del ser, quiero decir que todas las consecuencias lógicas que extraemos de enunciados sobre la vida están siempre ligadas al hecho de la propia vida. No se puede decir que para vivir mejor lo preferible sea no vivir, eso sería un absurdo.
Así, la lógica del ser abarca también la lógica de la sociedad, la lógica del comportamiento en general, la lógica de las ocupaciones cotidianas y, finalmente, esa lógica formal que tiene que excluir la muerte.
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