jueves, 15 de mayo de 2014

Fragmentos de "Un mundo feliz" de Aldous Huxley

Los extremos se tocan –dijo el Interventor. Por la sencilla razón de que se crearon para tocarse.

Los impulsos coartados se derraman, y el derramamiento es sentimiento, pasión, incluso locura; todo depende de la fuerza de la corriente, y de la altura y la resistencia del dique. La corriente que no es detenida por ningun obstáculo fluye suavemente, descendiendo por los canales predestinados hasta producir un bienestar tranquilo.

-¡Afortunados muchachos! –dijo el interventor. No se ahorraron esfuerzos para hacer que sus vidas fuesen emocionalmente faciles, para preservarles en la medida de lo posible de toda emoción.

Apreciaba a Bernard; le agradecía el hecho de ser el único de sus conocidos con quien podía hablar de cosas que presentía que eran importantes. Sin embargo, había cosas, en Bernard, que le parecían odiosas. Por ejemplo, aquella fanfarronería. Y los estallidos de autocompasión con que la alternaba. Y su deplorable costumbre de mostrarse muy osado después de ocurridos los hechos, y de exhibir una gran presencia de ánimo... en ausencia. Odiaba todo esto, precisamente porque apreciaba a Bernard. Los segundos pasaban. Helmholtz seguía mirando al suelo. Y, súbitamente, Bernard, sonrojándose, se alejó.

- Un hombre que sueña en menos cosas de las que hay en los cielos y en la tierra - dijo el Salvaje inmediatamente.
- Exacto. Después, leeré una de las cosas en que este filósofo soñó. De momento, escuche lo que decía ese antiguo Archichantre Comunal. - Abrió el libro por el punto marcado con un trozo de papel y empezó a leer -. No somos más nuestros de lo que es nuestro lo que poseemos. No nos hicimos a nosotros mismos, no podemos ser superiores de nosotros mismos. No somos nuestros propios dueños. Somos propiedad de Dios ("Dios"). ¿No consiste nuestra felicidad en ver así las cosas? ¿Existe alguna felicidad o algún consuelo en creer que somos nuestros? Es posible que los jóvenes y los prósperos piensen así. Es posible que éstos piensen que es una gran cosa hacerlo según su voluntad, como ellos suponen, no depender de nadie, no tener que pensar en nada invisible, ahorrarse el fastidio de tener que reconocer continuamente, de tener que rezar continuamente, de tener que referir continuamente todo lo que hacen a la voluntad de otro. Pero a medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre, que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento, pero no puede llevarnos a salvo hasta el fin.

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